El intestino humano alberga desde su nacimiento, una comunidad vasta y muy diversa de microorganismos autóctonos que forman parte de la vida simbionte que mantienen todos los seres vivos. Los últimos trabajos en microbiología láctica intestinal con aditivos alimentarios por fermentación, en sistemas digestivos de animales y posteriormente con humanos, antiguamente denominados “fermentos lácticos”, hoy en día se conocen como probióticos. Existe una interacción bacterias-huésped en la mucosa del intestino que desempeñan un papel muy importante en el desarrollo digestivo y la regulación del sistema inmune.
Sin una probiosis intestinal, esta conexión de mutua ayuda no será adecuada, pues le falta esa simbiosis necesaria para una homeostasis en higiene intestinal, entre la carga antigénica ambiental y la respuesta del individuo, la cual puede fallar. Ello puede repercutir en el desarrollo de patologías de desregulación inmunitaria frente a estructuras antigénicas propias (autoinmunidad), incluyendo la propia microbiota (enfermedad inflamatoria intestinal), o estructuras antigénicas del ambiente (atopia).
La ciencia sigue demostrando, una y otra vez la influencia vital de la microbiota intestinal en nuestra salud. No se trata solo de un órgano “silencioso”, sino de un ecosistema complejo que regula funciones clave de la digestión, asimilación, metabolismo, el sistema inmune e incluso de nuestra salud mental, con el eje intestino cerebro.